Al despuntar el alba, Lanzani Court estaba envuelta en la niebla que subía del mar y que ocultaba parcialmente la elegancia clásica de la mansión, así como disimulaba en gran parte el aspecto ruinoso que le habían infligido las décadas de desatención y abandono.
A medida que el sol se abría paso entre la bruma, Peter descendió con el helicóptero hasta la pista de aterrizaje situada en el lado norte de la casa señorial.
Irlanda suponía un fuerte contraste para quien acabara de estar bajo el sol del Caribe. Nada más bajarse del helicóptero, Mary, su amante actual, se estremeció de frío y anunció que se estaba congelando, pero Peter hizo caso omiso del comentario. Ya le había advertido a Mary que acompañarlo al remoto condado de Kerry exigía una cierta resistencia física, una carencia total de lujo y nada de tiendas exclusivas. En aquella tierra Peter siempre se permitía relajarse, sabedor de que la gente de allí respetaba su intimidad. Los paparazzi que habían descubierto finalmente su ascendencia irlandesa no recibirían de los aldeanos ningún tipo de ayuda ni de indicaciones para encontrarlo.
El desayuno fue servido en el dormitorio principal por un miembro del personal que Peter había enviado la semana anterior para que tuviesen la casa lista. Descalzo y con la camisa abierta, se acomodó con su café en el sofá que había junto a la ventana y se deleitó con la verde vista que se extendía hasta las rocas escarpadas y las dunas de la bahía donde tantas veces había jugado de niño.
En la casa de su padre en Italia había estado constantemente vigilado por las niñeras y guardaespaldas. Por miedo al violento temperamento de Valente, el personal había restringido las libertades y los juegos de Peter en un intento por evitarle el más ligero de los rasguños. Sólo en Lanzani Court había tenido oportunidad de ensuciarse en el barro, de pescar entre las rocas y de levantar diques en los riachuelos. Con su madre ajena a lo que estuviera haciendo, Peter había corrido libre y salvajemente por la playa que se extendía al pie de la colina.
—Esto es sublime... —dijo Mary empleando su palabra favorita, la que usaba para referirse a todo, desde una buena comida hasta un encuentro de sexo apasionado o un perfume caro.
Peter se había olvidado de su presencia. Mary apenas tenía conversación, por lo que dejar de prestarle atención no suponía la menor dificultad. Previamente había decidido que esa habilidad para rivalizar con el empapelado de las paredes era un punto a favor de Mary. Estaba tendida sobre la cama, con su pelo rubio esparciéndose como una cortina ondulante sobre el hombro. Como correspondía a una modelo reconocida en el mundo entero por su belleza, su aspecto era tan inhumanamente perfecto como el de un anuncio, siempre buscando que sus poses tuvieran el máximo efecto posible. Su impecable figura lucía un conjunto de lencería de seda oscura, y unos pezones astutamente humedecidos destacaban contra el tejido para ser admirados como merecían. Rebosante de seguridad en sus múltiples atractivos, estiró lánguidamente sus larguísimas piernas en un movimiento eróticamente calculado. Pero Peter no era fotógrafo y le gustaba el sexo sin tanta
coreografía. En aquel momento no sintió nada y supo que, una vez más, se había dejado vencer por el aburrimiento y la apatía.
otroooo
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