—Míreme, señor McNally —le ordenó Lali enfervorizadamente. La cobarde sugerencia de que aceptara la derrota sin más le llenaba de un furioso resentimiento y una fiera determinación a hacer justo lo contrario—. ¡Míreme!
Se marchó de vuelta a su coche ardiendo de ira. ¡Maldito fuera Peter Vargas! ¿Qué demonios estaba haciendo un magnate italiano en una aldea irlandesa? ¡Y encima llamándose a sí mismo Lanzani! Era como encontrarse a una barracuda en una pecera de peces de colores. No podía creer que aquello fuera cierto. No podía creer que una vez más Peter se las hubiera ingeniado para proyectar la larga sombra de la desgracia en su camino. Detuvo el coche junto a la iglesia porque estaba temblando tan violentamente que no podía conducir. Pero el arrebato de furia la impulsó a llegar hasta Lanzani Court y traspasar la derruida entrada de piedra. El largo camino de entrada estaba lleno de baches, pero flanqueado por sendas filas de magníficos cipreses, que de vez en cuando se separaban lo suficiente para ofrecer una impresionante vista de la bahía y el mar.
Lali llegó la imponente mansión y frenó en seco frente a la puerta principal.
Tolly acudió a abrir a la llamada del timbre. —Señorita Esposito... ¿En qué puedo ayudarla? —preguntó con voz grave.
En otras circunstancias y en otro estado de ánimo, Lali se habría ruborizado ante los solemnes modales con los que Joseph Tolly asumía su papel oficial de mayordomo.
—He venido para ver a su jefe.
—Veré si el señor Lanzani puede recibirla. Tome asiento, por favor.
Lali prefirió quedarse de pie. El vestíbulo era un espacio amplio y semicircular, con enyesados profusamente elaborados cubriendo las paredes. Aun estando llena de polvo y necesitada de decoración, la sala era espectacular.
—Señorita Esposito... veo que las malas noticias vuelan —dijo una voz masculina detrás de ella.
Con el rostro contraído como si hubiera sorbido un limón, Lali se dio la vuelta. Su torturador estaba vestido con un elegante traje negro de diseño. Imponentemente alto y radiantemente atractivo, su aspecto también era intimidatorio. Lali sintió cómo todos los nervios se le ponían en tensión.
—Permítame decirle que en los negocios se comporta como un criminal.
El rostro pétreo de Peter permaneció impasible.
—Mi difunto padre estaría orgulloso de mí.
—No voy a venderle mi casa... Y no me importa lo que haga. No me gusta que me obliguen a hacer algo, señor Vargas. Pero me gustan aún menos sus métodos. ¿Por qué se hace llamar Lanzani? ¿Para confundir a la gente? ¿Quién demonios esperaría encontrarse a un millonario italiano en un lugar de mala muerte como éste?
—Deje que le responda punto por punto —murmuró Peter tranquilamente—. Mi certificado de nacimiento dice que soy Peter Vargas Lanzani y que nací aquí. Mi madre me puso el nombre. No me preocupa en absoluto el nombre que me haya adjudicado la prensa. Ni tampoco considero que la casa donde han vivido y han muerto generaciones de Lanzani sea un lugar de mala muerte. Estoy orgulloso de este sitio y de mis orígenes.
La arrogante seguridad que mostraba en sí mismo fue insoportable para Lali, que sintió cómo se le ponía la cara roja de ira. Que la reprendiera por sus malos
modales era la gota que colmaba el vaso, aunque, irónicamente, nunca se había atrevido a ser grosera con nadie.
masssssss
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