Monday, October 19, 2015

capitulo 4

—Lali Esposito —murmuró friamente, poniéndose lentamente de pie y rodeando su escritorio—. He ahí un nombre que nunca pensé que volvería a escuchar. Tampoco imaginé que te vería sentada aquí en mi oficina.
Se detuvo frente a ella a poco más de un metro. El ambiente era tenso, y Lali sintió que le costaba respirar teniéndolo tan cerca.
Peter se apoyó en el borde de la mesa, cruzó los brazos sobre su pecho y le dirigió una fría mirada.
—Imagino que has venido a suplicarme que no compre el negocio de tu padre. Lo siento, pero no he convertido la compañía Lanzani en un imperio multimillonario dejándome encandilar por unas largas pestañas y un buen par de piernas.
El recorrió con la mirada su cuerpo, pasando por sus pechos, su cintura y sus caderas hasta sus piernas.
—Por muy bonitas que sean —añadió unos segundos más tarde, antes de volver a mirarla a los ojos.
Ahora, era ella la que enarcaba las cejas. Dejó el bolso en uno de los sillones para invitados y adoptó una postura más defensiva.
—No estoy aquí para suplicarte nada. He venido a hablarte de un asunto de negocios que es importante para mi familia. Yel hecho de que encuentres atractivas mis pestañas y mis piernas no tiene ninguna trascendencia. Ambos somos adultos. Deberíamos ser capaces de sentarnos y mantener una conversación profesional sin que me desnudes con la mirada como si llevaras años sin ver a una mujer.
Peter contuvo la risa. Hacía casi veinte años que no veía ni hablaba con Lali. Le habría dado igual no volver a verla otra vez. Era uno de esos dolorosos recuerdos de su juventud que de vez en cuando lo asaltaban. Por suerte, no era muy a menudo. Hacía años que no pensaba en Lali. Ni siquiera cuando empezó el trámite de comprar la empresa de su padre. Para Chase, era otro negocio interesante, otro más de los que le habían transformado de hijo de un modesto granjero a millonario y presidente de su propia compañía a los treinta y cinco años.
Se incorporó, se colocó la corbata y volvió a rodear la mesa.
—Por supuesto —dijo él, señalándole las butacas—. Siéntate y hablaremos como adultos sobre negocios.
Durante unos segundos, ella no se movió, como si creyera que su ofrecimiento fuera algún tipo de trampa. Luego, comenzó a relajarse y, dando un paso a su izquierda, se sentó en una de las butacas.
Con la espalda recta y las rodillas juntas, cruzó las manos sobre su regazo y se preparó para exponer lo que había ido a decir.
Aquella imagen no era del agrado de Peter. Le recordaba a la muchacha que había sido con catorce años. La misma que le había roto el corazón.
Apartando aquellos dolorosos recuerdos, buscó sus ojos y trató de mirarla como a un empresario más.

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