Una vez en casa, escuchó un mensaje en su contestador automático.
—Pensé que tal vez podríamos quedar para comer —se oyó la bonita y cantarina voz de Euguenia. Tenía un cierto tono aristocrático, producto de su privilegiada educación—, pero veo que no estás. Seguramente estés trabajando por ahí, como siempre. ¡Lástima! Ya te llamaré en otro momento. Esta noche voy a ir a Nice.
Lali reprimió un suspiro de decepción justo cuando el timbre de la puerta sonaba. Comer con su hermana pequeña y oír sus fascinantes anécdotas era siempre muy entretenido.
Era Juliet, la modelo rubia y glamurosa que vivía en la puerta de enfrente.
—Me mudo esta noche.
—Dios mío, eso sí que es repentino...
—Me voy a Europa con mi novio y tengo que pedirte un favor —Juliet, que nunca llamaba a la puerta de Lali por ningún otro motivo, mostró su perfecta dentadura en una sonrisa esperanzadora—. Eres tan buena persona y te gustan tanto los animales... ¿Te importaría quedarte con Sansón?
Lali parpadeó unas cuantas veces, horrorizada. Sansón era el chihuahua que Juliet había adquirido cuando la película Una rubia muy legal estaba de moda. Lali se dio cuenta de que no había visto al perro desde que otro inquilino le recordó a Juliet que las mascotas no estaban permitidas.
—No sabía que aún lo tuvieras.
—Ha estado viviendo en una residencia de lujo para mascotas que me costaba una fortuna —se lamentó Juliet—. Pero ahora no tengo tiempo para venderlo.
—Lo siento... no puedo hacer nada —se apresuró a decir Lali, endureciendo su corazón contra la idea del pobre perro abandonado—. ¿No podría encontrarle la gente de la residencia otro lugar?
—¡No, prefieren endosármelo a mí! —gimió Juliet—. Tienes que ayudarme. Danny pasará a recogerme en menos de una hora.
—Me temo que no tengo sitio para quedarme con un perro —dijo Lali, intentando mantenerse inflexible ante la arrolladora personalidad de la rubia. A Benjamin no le gustaban los perros, y lo había dejado muy claro la vez que ella tuvo que cuidar de Sansón durante un fin de semana.
Una hora y media más tarde, tras haberse puesto el vestido azul favorito de Benjamin, iba de camino al apartamento de su novio con la intención de darle una sorpresa. Llevaba consigo los ingredientes para hacer un plato oriental. A Benjamin le encantaban sus dotes culinarias. ¿Debería alimentarlo bien antes de hablarle del negro futuro que se avecinaba? Al pensarlo le remordió la conciencia, y también al pensar en el pobre Sansón, tan pequeño e indefenso contra los otros perros del hogar canino. Pero el chihuahua no era su responsabilidad, se recordó a sí misma. A Benjamin lo irritaba sobremanera que se dedicara en cuerpo y alma a resolver los problemas de los demás. Entró en el moderno apartamento de Benjamin y se dirigió directamente a la cocina, pero se detuvo en seco cuando oyó unas risas procedentes del dormitorio.
Sorprendida, se acercó a la puerta.
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