Ojalá Peter la tomara entre sus brazos y le asegurara que no tenía nada que temer, que la quería y que no sentía nada por su ex mujer, pero Peter no le podía decir algo que no sentía.
Aunque la deseara físicamente, la quisiera como amiga y como madre de su hijo, no la amaba como un hombre ama a su mujer.
Y aquello era lo que más la asustaba porque, si Peter no la amaba, no había ningún vínculo emocional que lo retuviera a su lado y la posibilidad de que volviera con su ex mujer era mucho mayor.
Lali hacía todo lo que podía para ocultar sus miedos, fingía que todo iba bien y que no le importaba lo más mínimo que Suzanne apareciera en su casa.
Lo único que los mantenía juntos era el bebé que iba a nacer y, aunque Peter le había dicho que quería hacer las cosas bien, que quería que aquel niño llevara su apellido y darle la estabilidad de un hogar en el que vivieran sus dos progenitores, Lali era consciente de que, si decidía volver con Suzanne, podría divorciarse de ella y seguir siendo un padre maravilloso.
Se le había ocurrido la idea de casarse con ella cuando no había tenido otra opción, pero ahora su ex mujer le estaba poniendo otras opciones sobre la mesa, dos opciones grandes y voluminosas que no todos los hombres serían capaces de ignorar.
Lali suspiró y dejó su taza de té sin teína sobre la mesa de la cocina. Ya llevaba demasiado tiempo perdido mirando por la ventana por si veía a Peter y deseando que las cosas fueran diferentes.
Tenía cosas que hacer y, mientras siguiera casada con él, lo mejor que podía hacer era disfrutar, así que tomó un plátano del frutero y se dirigió al despacho de Peter, que se estaba convirtiendo rápidamente en su despacho ya que ella era la única que lo utilizaba.
Una vez allí, se sentó en la butaca de cuero con ruedas, encendió el ordenador y le dio un mordisco al plátano mientras consultaba el correo. Cuando hubo terminado, se giró para dejar un montón de papeles que ya había examinado en una estantería y, al hacerlo, un sobre color manila cayó al suelo.
No lo había visto antes, pero tampoco la sorprendió porque Peter solía dejar sus cosas en la mesa para mirarlas cuando tuviera tiempo. No tenía remite ni sello, así que Lali lo abrió y comenzó a leer.
Ver el nombre de Peter en un documento legal no la sorprendió en absoluto y supuso que eran papeles del rancho, alguna compra o venta de ganado, pero cuando vio el nombre de su padre se quedó de piedra.
Entonces, volvió a leer el documento desde el principio lentamente. Cuanto más leía, peor se encontraba. Sentía que el estómago le daba vueltas y que tenía unas terribles náuseas.
«Oh, Dios mío, no puede ser cierto», pensó.
Sin embargo, allí lo tenía, ante ella, bien clarito. El documento era un codicilo legal, un anexo del testamento de su padre, en el que Adrian Esposito le dejaba su rancho a Peter con la condición de que se casara con su hija.
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